A pesar de su breve aparición en la trama bíblica, Herodes es uno de los
personajes históricos que han tenido un papel más significativo en los
acontecimientos que llevarían al cumplimiento de la profecía mesiánica.
Mateo 2.1-19 nos describe la actitud de
Herodes al darse cuenta que había nacido el Rey de los Judíos, o sea Jesús.
Lleno de celos e inseguridad, al sentir su reino y poder amenazados, quiso
saber la forma de localizar al futuro Mesías, para deshacerse de él. Y al no
recibir la información que pidió, se dedicó a exterminar todos los niños de dos
años de edad para abajo. Pero para entonces el ángel del Señor ya había
aparecido a José, ordenándole: “Levántate, y toma al niño y á su madre, y huye
á Egipto, y estáte allá hasta que yo te lo diga; porque ha de acontecer, que
Herodes buscará al niño para matarlo”, según Mateo 2.13. José, obedeciendo la orden, preparó
al niño y a su esposa y se pusieron en camino, de noche, hacía Egipto.
El Herodes al que me refiero, es quien
fuera llamado por mal nombre “Herodes el Grande”, hijo del idumeo Antipatras (de
descendencia judía), y que viviera, de acuerdo al dato histórico, del 73 o 74
A.C. al 4 D.C.
Este Herodes, cuya existencia muchos
escépticos han cuestionado (atribuyéndoselo a una invención bíblica), es del
que nos habla el historiador judío Flavio Josefo en los capítulos 14, 15, 16 y
17 de sus Antigüedades de los Judíos.
O sea que, de hecho, existe prueba
extra-bíblica de la existencia de Herodes, y de que fue un ser sanguinario que
no se tentó el corazón para ejecutar a varios miembros de su propia familia, y a
todo ser que representara una amenaza a su siniestro y fraudulento reinado.
Un acto meritorio que se le atribuye al
monarca, sin embargo, fue la renovación y remodelación del templo judío, en el
año 20 A.C.
Ha habido debate también respecto a los
últimos años y la muerte de Herodes, ya que su fecha de muerte oficial es el
año 4 A.C., y la biblia sitúa este hecho en un tiempo en que Jesús tenía dos
años de edad, que debió ser alrededor del año 6 A.C. Pero ese tipo de
discrepancias es muy común en datos históricos de tal antigüedad.
Josefo da también una descripción de los
males clínicos que aquejaron al monarca antes de su muerte: “Un apetito voraz
que no satisfacía ningún alimento, ulceras estomacales, cuyo dolor emanaba
principalmente del colon, un líquido acuoso que le empapaba los pies y la parte
baja de la barriga”. Dice también el historiador que sus partes íntimas estaban
putrefactas y agusanadas y que, cuando se sentaba erguido, no podía respirar
bien; y que expelía un aliento fétido. Todo ello Josefo se lo atribuía a un castigo
de Dios por la vida disoluta del monarca. A su muerte, Herodes Antipas, su
hijo, heredó parte de su reino, y de eso nos da cuentas el libro de Hechos.
Después de una búsqueda que abarcó 35 años,
y siguiendo las
direcciones dadas por Flavio Josefo, el arqueólogo judío
Ehud Netzer encontró la tumba de Herodes en 2007, acabando así con las especulaciones necias de historiadores y seudocientíficos. Netzer declaró, también,
que la tumba había sido profanada con anterioridad; pero de eso nos ocuparemos después
en la sección de Arqueología.
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