La
profecía es uno de los temas que más atraen a los estudiosos de la Biblia, y aun los que no están muy interesados en la palabra de Dios frecuentemente se sienten
atraídos por libros como el de Daniel y Apocalipsis. No es nada más por sus
advertencias del final de los tiempos, porque el morbo juega
también
un papel
importante aquí. La razón principal puede ser el hecho que estos dos libros presentan la profecía de una
manera estruendosa; que es, de hecho, la forma en que van a pasar las cosas: estruendosamente.
Una cosa sí es segura: el saber de la
profecía no es un lujo, sino una necesidad. Sobre todo en estos días, cuando todo
indica que estamos muy cerca del final de los tiempos; guerras, temblores,
tsunamis, economía mundial controlada por unos cuantos (que podría dar lugar al
número de la bestia) y tantas otras calamidades, que bien pueden ser indicaciones
de que no pasará mucho tiempo antes de la venida del Señor.
Y digo yo que la profecía es una necesidad,
porque debemos saber qué es lo que trae el futuro para estar preparados. Además,
con todo lo que pasa en el mundo, especialmente en los países de habla hispana
grandes como España, México, Colombia, Argentina, Brasil y Venezuela, es bueno saber
que hay un maranatha (el Señor viene)
para estar motivados y esperanzados de la esperanza mayor: la justicia de Dios y
su reino eterno.
“Sin
profecía el pueblo será disipado: mas el que guarda la ley, bienaventurado él”, dice
el libro de Proverbios 29.18. En éste versículo, la palabra profecía proviene
del hebreo chazown, que significa
visión u oráculo; y disipar, del hebreo para’,
que significa dejar ir, soltar, abandonar o dispersar. O sea que, parafraseando, se entiende que sin visión profética la gente se dispersa; y bienaventurados
son los que siguen las enseñanzas de Dios.
Para
entender mejor la profecía, hay que tener en cuenta
que las profecías mayores, o de mayor impacto, se
caracterizan por el hecho de ser antecedidas por una prefigura o prototipo: cumplimientos a corto plazo (relativamente hablando), en escala menor y local.
La primera gran profecía que aparece en la
Biblia: “Y enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la
simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”, de Génesis 3.15, es una profecía que, en su prefiguración, se ha estado cumpliendo
a través de toda la historia de la humanidad. La serpiente (el animal) ha herido a los
descendientes de Adán en el calcañar (el talón o área general), como parte de
su cuerpo; y a las serpientes se les aniquila pegándoles en la cabeza. Aquí, la
profecía mayor, o a gran escala, es que la serpiente (Satanás) iba a herir el
cuerpo de Cristo (simiente de Adán, en lo humano) en la cruz; y el Señor, a su
vez, le pegaría a aquella en la cabeza (su destrucción total), para siempre jamás.
Otros dos ejemplos de la prefiguración los
tenemos en el pasaje de Génesis 22.8-13, en que Jehová Dios provee el
sacrificio a Abraham, a menor escala, para que éste no sacrifique a su propio hijo; profecía también
cumplida, a mayor escala, al proveer el sacrificio mayor en la persona de Jesús
Cristo, para evitar otros sacrificios. Gran porción de los salmos de David también
prefiguran el advenimiento, sacrificio y resurrección del Mesías.
Por último, para ilustrar mi punto, a grandes rasgos,
y como corolario, quiero hablar de las 70 semanas de Daniel, que hablan de una
profecía que se ha estado cumpliendo, por partes, en un lapso de casi dos mil
quinientos años, y cuyo último capítulo está a punto de empezar. Dice Daniel
9.24: “Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa
ciudad, para acabar la prevaricación, y concluir el pecado, y expiar la
iniquidad; y para traer la justicia de los siglos, y sellar la visión y la
profecía, y ungir al Santo de los santos”.
Aquí, si interpretamos los días como años, siguiendo un concepto parecido a lo que dice el Salmo 90.4, cada semana son siete años; distribuidos (las semanas y los
años) en un periodo de casi dos mil quinientos años. O sea que, éstas setenta
semanas (de 7 años cada una) no están distribuidas linealmente. Ahora, las
malas (o buenas, según sus circunstancias particulares) noticias son que, las
primeras sesenta y nueve semanas ya se cumplieron, y nada más queda una última
semana; cuyo cumplimiento puede empezar en cualquier momento.
Daniel 9.25-27 nos da una reseña de los
acontecimientos como habrían de pasar y que, parafraseados y sintetizados, quedan
así: las siete primeras semanas (49 años) son el lapso de tiempo entre el
decreto de la restauración del templo (después de la transmigración babilónica
del pueblo judío), a su realización. Luego vienen las sesenta y dos semanas (434
años), que transcurren de la restauración del templo al Mesías y su sacrificio;
estos son los cuatro siglos de esterilidad espiritual entre el último libro del
Antiguo Testamento, Malaquías, y los evangelios (Nuevo Testamento), que antecederían
la nueva dispensación de la gracia.
Como vemos, en total se han cumplido sesenta y
nueve semanas, y queda una por cumplir; la semana entendida como la semana de
la tribulación. Y como todas las demás profecías se han cumplido, ésta semana
puede empezar en cualquier momento. Dicen los estudiosos que para eso se tiene
que construir el templo en Jerusalén otra vez; y así como está de avanzada la
tecnología, eso se puede llevar a cabo en unos días.
Como conclusión, quiero agregar que, si yo no creyera en la Biblia por ninguna
otra razón, el solo hecho de saber que, de 1,800 profecías
que hay en ella todas se han cumplido (excepto una), tal vez yo estaría bastante
inclinado a creer, no sólo en su veracidad, sino también de aceptarla como la
palabra de Dios. Y si a eso le añadimos el hecho que en ella está contenida la
historia del mundo de principio a fin; y lo que describe acerca del final de
los tiempos va muy de acuerdo con lo que estamos viviendo hoy en el mundo...
No comments:
Post a Comment